lunes, 15 de marzo de 2010

La caja de galletas

El objetivo de esta historia es que os hiciera pensar, reflexionar sobre los prejuicios y las conclusiones que hacemos a veces (la mayoria de las veces) antes de tiempo. Ademas, se puede relacionar con la unidad que estamos viendo. Creo que es una historia muy interesante para compartir , por eso queria compartirla con vosotros. Espero que os haya gustado.

"Se hizo un largo silencio, en el que miles de pensamientos y sentimientos se agolpaban en mi cabeza: incredulidad, decepción, rabia, incomprensión... se entremezclaban en mí, y mi mirada estaba fija en el cristal para evitar así la conversación con Estrella. Pero ese cóctel de pensamientos comenzaba a surtir efecto, y las lagrimas corrían presurosas por mis mejillas.

Estrella, que, aunque disimulaba con una revista, no paraba de observarme, se decidió a preguntarme:

—Lucía, mi niña, ¿por qué esas lágrimas?

Yo dudaba, no sabía si decírselo o inventar algo absurdo, pero, como no se me ocurría ningún pretexto, desconsolada, estallé y, entre hipos propios del llanto, le dije:

—Señora Estrella, hace dos semanas que mis amigas y yo habíamos planeado un encuentro para pasar el día juntas, aprovechando que se acercaba mi cumpleaños, que es hoy. Nos íbamos a reunir todas, Raquel, que vive en Granada; Nuria, que es de las Ventas de Zafarraya; Manuela, que es del Cuervo, provincia de Sevilla y Rosa, que es de Jaén. Ninguna de ellas ha acudido a la cita, y ni siquiera me han avisado, no hago más que llamarlas a sus móviles y no me responden. Solo sé que Raquel y Nuria están en un congreso en Murcia, porque me lo ha dicho Toñi, la madre de Raquel. Señora Estrella, mucha gente me había hablado de lo efímera que es la amistad, pero yo no lo quería creer; es más, siempre defendía la versión contraria a capa y espada, hasta que, como suele decirse, lo he vivido en mis propias carnes. Pero, señora Estrella, olvide usted eso que le he contado y, por favor, no se lo cuente a nadie.

—Descuida, que no lo haré, te lo aseguro. Me gustaría contarte una historia que quizá te haga ver las cosas de otra manera.
Ésta es la historia que la señora Estrella me contó.

Una mujer tiene que hacer un viaje a otra ciudad. Al llegar a la estación, se entera de que el tren va a sufrir un retraso de treinta minutos. Fastidiada, compra una revista para hacer más llevadera la espera, y, como empezó a sentir hambre, se compra también una caja de galletas y una gaseosa.
Se sienta en un banco del andén y se pone a leer la revista.
A su lado se sentó un joven.

Al cabo de un minuto, el muchacho toma la caja de galletas y, con sumo desparpajo, la abre y saca una galleta, la come y vuelve a dejar la caja en el mismo sitio del banco.

Ante tal frescura, la mujer se indigna, pero, como no quiere formar un escándalo, toma la caja con un gesto solemne, saca otra galleta y la mastica mirando fijamente a los ojos al joven.

Éste, sin inmutarse, vuelve a tomar la caja, saca otra galleta y se la come, sonriendo tranquilamente.

La mujer, muy enojada, repitió el acto anterior, intentando que el muchacho entendiera lo que ella trataba de decirle sin palabras: come la galleta, mirándolo fijamente a los ojos.

Lejos de entender, el joven toma otra galleta y se la come, sin dejar de sonreír serenamente.

Así, entre gestos de enojo y sonrisas, se comieron las galletas, hasta que queda una sola en la caja.

—No será tan caradura como para comérsela —pensó la mujer.

Pero el muchacho, sin dejar de sonreír, tomó la última galleta y, con delicadeza, la parte exactamente por la mitad, entregándole una de las mitades a la mujer. Ella la acepta con un gesto brusco, y su enojo se acrecienta al ver la sonrisa de aquel joven, sin poder creer que fuese tan caradura.

En ese instante, anuncian la partida del tren. La mujer se levanta indignada y se sube a su vagón. Una vez instalada en su asiento, mira por la ventanilla y ve al muchacho, que permanecía sentado, mirándola con esa sonrisa tan plácida.

—¡Qué juventud perdida! ¡Que desvergüenza, Dios Santo! —exclama para sí la mujer ostensiblemente indignada— ¿Adónde iremos a parar con jóvenes como éste?
Entonces, a causa de aquellos momentos de rabia contenida y tan incómodos que había vivido, siente sed. Abre la cartera para tomar la gaseosa y allí, junto a la botella, ¡encontró su caja de galletas intacta!


Concluida esta narración con tan sorprendente final, la señora Estrella continuó diciéndome:

—Con todo esto, quisiera hacerte entender, hija mía, que no se deben hacer juicios precipitados de las cosas que nos ocurren, ya que todo tiene su explicación. Seguro que, dentro de poco, podrás saber el porqué de la ausencia de tus amigas.

—Eso espero, señora Estrella, pero la decepción de hoy ya no me la quita nadie.

—Lucía, hija, ya hemos llegado. Venga, dame un beso y anímate, que verás cómo todo se arregla.

—Seguro, señora Estrella. Hasta luego y gracias por preocuparse por mí, pero, por favor, ya sabe... no lo comente.

—Descuida, Lucía. Adiós.

—Adiós, señora Estrella.

Comencé a recorrer los apenas doscientos metros que separan la parada del autobús de mi casa absorta, pensando en la historia que me había contado aquella amable, cuando, al llegar a mi casa y abrir la puerta, cual es mi sorpresa, que mis primos de Cenes de la Vega se habían convertido en mis amigas, sus novios, el mío, mis amigos y amigas del pueblo, mis padres, mis hermanos, los cuales me aguardaban con un gran banquete preparado.

En ese momento, una imagen de la señora Estrella sonriendo cruzó mi mente. "

FIN

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